domingo, 16 de enero de 2011

LOS TRENES QUE PERDEMOS

     ¿Quién no ha perdido un tren? Yo no he perdido ninguno, y sin embargo he perdido tantos. Pero... a menudo me pregunto si el hecho de haberlos perdido acabó siendo mejor opción que haber subido a ellos, o es simplemente un mecanismo psicológico para no sentir la frustración del fracaso.
     Yo he perdido trenes, autobuses, he visto alejarse las matrículas de todo tipo de vehículos y he sacado mi pañuelo blanco tantas veces para decirles adiós. 
Lo curioso es que he aprendido mucho mientras los miraba alejarse. Es un momento heroico ése: allí está una plantada como un poste en un desierto de gente (porque los trenes sólo se pierden en la sociedad), mimbreada por el viento (o los empujones), atascada por la frustración y tratando de cambiar el fracaso por una oportunidad, ya que no queda otra alternativa para poder volver a poner el propio cuerpo en marcha.
     Sí, he aprendido mucho al ir detrás de todo. Nunca voy delante, siempre lo aprendo todo más tarde. Pero esto puede ser una ventaja (o un argumento psicológico para no sentirme frustrada, jeje), vas caminando por la vida sin la presión de tener que ir el primero, vas mirando los caminos que otros han abierto y tienes más donde elegir, y además, de vez en cuando, te subes a trenes que otros pierden y lo haces casi sin darte cuenta.
     Decididamente es bonito tomar un tren, pero no pasa nada por sentarse en el banco de la estación con un buen libro y levantar sólo la cabeza para ver cómo corren los últimos viajeros y entran de un salto justo antes del pitido de cierre, cómo se inicia cansino el trayecto y se aleja, cómo en ese justo instante alguien llega sudoroso y dice "mierda". Y seguir leyendo hasta el próximo tren.